Usan el GPS de los celulares y de las tabletas para mostrar la distancia que hay entre las personas.
Una amiga le presentó la aplicación. Le contó cómo esta herramienta le permitía no solo ver fotos de hombres y sus intereses, como si se tratara del menú de un restaurante, sino que, además, mostraba a cuántos metros o kilómetros se encontraban de ella.
“Me pareció muy chévere y me dio curiosidad por usarla”, dice María Beatriz Barvo, una periodista, quien se refiere a la forma como descubrió Tinder, una de las tantas aplicaciones que los usuarios de teléfonos inteligentes y tabletas tienen a la mano y que están cambiando la manera como las personas conocen a otras.
El funcionamiento es básicamente el mismo: utilizan el GPS de los dispositivos móviles para que cada usuario pueda comunicarse con otros que estén cerca a él y le indican la distancia a la que se encuentran.
El fenómeno comenzó con la creación, en el 2009, de una aplicación llamada Grindr –exclusiva para hombres homosexuales–, cuya masificación se dio en el 2012, cuando alcanzó los cuatro millones de usuarios en 192 países. A ella le siguieron otras como Scruff y Hornet –también para hombres gais–, Brenda –para mujeres lesbianas– y, más recientemente, Tinder, que nació en el 2012 y está dirigida más que todo a un público heterosexual –aunque permite personas de todas las orientaciones sexuales–, y su éxito es innegable: cada día se descarga unas 20.000 veces y tiene 500.000 usuarios activos cada mes.
Cada una tiene una interfaz que la hace única. Tal vez la más atractiva es la de Tinder, pues permite asociar las fotografías que los usuarios tienen en su perfil de Facebook y funciona mediante un sistema de cruces y corazones. Cuando el usuario ve a alguien que le gusta, puede oprimir un corazón de color verde. Si la otra persona también lo hace, la aplicación automáticamente declara que hubo un match y pueden comenzar a hablar. La publicidad que utilizan es bastante ingeniosa: en las calles bogotanas se pueden leer afiches pegados en las paredes que dicen: “Eat, sleep, Tinder, repeat (come, duerme, Tinder, repite).
Cada quien decide qué busca, aunque usualmente se reduce a dos cosas: relaciones sentimentales o encuentros sexuales. María Beatriz usó Tinder para buscar las dos, pero la eliminó hace unos meses. “No me parece que sea algo real; solo hay una foto sin voz y un chat que puede prestarse para que tergiversen tus palabras”. También tuvo una experiencia curiosa que aumentó su desencanto de la aplicación. Una vez salió a tomar unas cervezas con un español, quien le dijo que estaba nervioso, pues era la primera cita que conseguía a través de este medio. “Me pareció churrísimo y quería que siguiéramos hablando. En ese entonces tenía una compañera de apartamento gringa que también usaba la aplicación. Un día me dijo: ‘Mire con quién me estoy hablando’, y estaba muy entusiasmada. Apenas vi la foto, resultó que era el mismo español”.
El fenómeno
Para Julián Riveros Clavijo, sociólogo y candidato a la maestría en antropología digital de la University College of London (UCL), esta clase de tecnologías no están cambiando a las personas; son ellas mismas las que cambian la forma de relacionarse con otras. “La tecnología –asegura Riveros– no cambia ni causa nada en las personas. Al contrario, las personas la apropian a sus necesidades particulares y a sus formas culturales. El contexto social también media la forma en que se apropian estas tecnologías”.
“Me pareció muy chévere y me dio curiosidad por usarla”, dice María Beatriz Barvo, una periodista, quien se refiere a la forma como descubrió Tinder, una de las tantas aplicaciones que los usuarios de teléfonos inteligentes y tabletas tienen a la mano y que están cambiando la manera como las personas conocen a otras.
El funcionamiento es básicamente el mismo: utilizan el GPS de los dispositivos móviles para que cada usuario pueda comunicarse con otros que estén cerca a él y le indican la distancia a la que se encuentran.
El fenómeno comenzó con la creación, en el 2009, de una aplicación llamada Grindr –exclusiva para hombres homosexuales–, cuya masificación se dio en el 2012, cuando alcanzó los cuatro millones de usuarios en 192 países. A ella le siguieron otras como Scruff y Hornet –también para hombres gais–, Brenda –para mujeres lesbianas– y, más recientemente, Tinder, que nació en el 2012 y está dirigida más que todo a un público heterosexual –aunque permite personas de todas las orientaciones sexuales–, y su éxito es innegable: cada día se descarga unas 20.000 veces y tiene 500.000 usuarios activos cada mes.
Cada una tiene una interfaz que la hace única. Tal vez la más atractiva es la de Tinder, pues permite asociar las fotografías que los usuarios tienen en su perfil de Facebook y funciona mediante un sistema de cruces y corazones. Cuando el usuario ve a alguien que le gusta, puede oprimir un corazón de color verde. Si la otra persona también lo hace, la aplicación automáticamente declara que hubo un match y pueden comenzar a hablar. La publicidad que utilizan es bastante ingeniosa: en las calles bogotanas se pueden leer afiches pegados en las paredes que dicen: “Eat, sleep, Tinder, repeat (come, duerme, Tinder, repite).
Cada quien decide qué busca, aunque usualmente se reduce a dos cosas: relaciones sentimentales o encuentros sexuales. María Beatriz usó Tinder para buscar las dos, pero la eliminó hace unos meses. “No me parece que sea algo real; solo hay una foto sin voz y un chat que puede prestarse para que tergiversen tus palabras”. También tuvo una experiencia curiosa que aumentó su desencanto de la aplicación. Una vez salió a tomar unas cervezas con un español, quien le dijo que estaba nervioso, pues era la primera cita que conseguía a través de este medio. “Me pareció churrísimo y quería que siguiéramos hablando. En ese entonces tenía una compañera de apartamento gringa que también usaba la aplicación. Un día me dijo: ‘Mire con quién me estoy hablando’, y estaba muy entusiasmada. Apenas vi la foto, resultó que era el mismo español”.
El fenómeno
Para Julián Riveros Clavijo, sociólogo y candidato a la maestría en antropología digital de la University College of London (UCL), esta clase de tecnologías no están cambiando a las personas; son ellas mismas las que cambian la forma de relacionarse con otras. “La tecnología –asegura Riveros– no cambia ni causa nada en las personas. Al contrario, las personas la apropian a sus necesidades particulares y a sus formas culturales. El contexto social también media la forma en que se apropian estas tecnologías”.
Pero entonces, ¿cómo explicar que cada vez más personas usan estas aplicaciones? El psiquiatra y psicoanalista Ricardo Aponte explica que la curiosidad es un motivador para buscar esta forma de conocer personas. “Creo que se usa el concepto light de curiosidad para atreverse a entrar, pero en el fondo están buscando algo, que diría son dos cosas: amor o sexo, o a veces ambas –asegura Aponte–. Muchas personas a nombre del sexo buscan amor y muchas buscan amor a nombre del sexo”.
Por su parte, Rafaella Danon Schivartche, investigadora y magíster en Antropología Digital de la UCL, comenta que “las aplicaciones de este formato reducen ese ‘juego’ que hay que tener con las personas antes de conocerlas. Si están allí es porque están disponibles, y no hay duda de eso. Las aplicaciones permiten diferentes clases de interacción, filtran la forma en que las personas se conectan y les ayudan conocer a otras personas como ellas”.
Aunque el uso que se les da depende del entorno cultural y social, lo cierto en que en países como el nuestro aún a las personas les cuesta aceptar que buscan sexo por este medio. Aunque con el tiempo y con la masificación de su uso, la cosa ha ido cambiando.
“Buscar sexo es algo que está negado culturalmente. Sin embargo, estas aplicaciones tienen cambios inspirados en las personas. Muchas tienen la posibilidad de poner qué se está buscando: un encuentro casual, solo amigos, o una relación a largo plazo”, asegura Riveros.
Por su parte, Danon asevera que “a la gente le da una especie de vergüenza porque hasta ahora se está acostumbrando a la idea de hablar con un extraño y expresar sus sentimientos luego de haber visto solo un par de fotos e intercambiar un par de mensajes por chat”.
Daniel Abril, actor y dramaturgo, comenzó a usar Grindr hace, aproximadamente, dos años y ha tenido toda clase de experiencias. Incluso, se ha hecho amigo de algunas personas con las que, aunque no ha habido ‘química’ para tener una relación sentimental, sí ha podido entablar una amistad. Y aunque cree que las personas ahora son más abiertas para decir lo que quieren sin rodeos y de forma más directa, piensa que estas aplicaciones han cambiado las dinámicas de las relaciones gais. Además, planea escribir un monólogo sobre el tema.
“Tengo la necesidad de comenzar a hablar de esto. Creo que las relaciones están mutando, y no se trata de algo negativo o positivo; se trata de hablar de temas como si vale o no la pena mantener el concepto de monogamia o exclusividad sexual, de preguntarse para qué sirve, cuál es su utilidad –comenta Abril–. La idea es no solo hablárselo a los gais sino a todo el mundo, pues la transformación que implican el uso de estas aplicaciones puede extrapolarse al mundo heterosexual”.
Aunque podría decirse que la experiencia de Daniel al usar estas aplicaciones ha sido positiva, en este tema hay opiniones de todas las clases y colores. A algunos les va bien y a otros no tanto. Sergio Samper, un arquitecto, dice que su experiencia ha sido “desastrosa”. Y es que, aunque al principio sintió curiosidad y hasta fue uno de los alicientes para comprar un iPhone, con el tiempo comenzó a sentirse ansioso, pues no lograba concretar ningún encuentro para tener sexo o tomarse un café con alguien.
“Probé varias, pero al final me di cuenta de que todas son la misma vaina: son atajos para iniciar conversaciones a través de este filtro perverso que son las fotos y los chats, con personas con las cuales uno tal vez nunca se encontrará en la vida. A mí, en vez de darme una solución, me generaban una nueva preocupación”.
Ricardo Aponte asegura que estas aplicaciones, como todo, pueden ser adictivas y las relaciona con el concepto de insaciabilidad. “Se pueden entender –asevera Aponte– como la búsqueda de lo que no ha llegado. Y si algo no se concreta, uno sigue la búsqueda, pero se vuelve algo insaciable. Esto perturba porque no da contexto, no hay un límite claro y me puedo llenar de ansiedad”.
Por su parte, Rafaella Danon Schivartche, investigadora y magíster en Antropología Digital de la UCL, comenta que “las aplicaciones de este formato reducen ese ‘juego’ que hay que tener con las personas antes de conocerlas. Si están allí es porque están disponibles, y no hay duda de eso. Las aplicaciones permiten diferentes clases de interacción, filtran la forma en que las personas se conectan y les ayudan conocer a otras personas como ellas”.
Aunque el uso que se les da depende del entorno cultural y social, lo cierto en que en países como el nuestro aún a las personas les cuesta aceptar que buscan sexo por este medio. Aunque con el tiempo y con la masificación de su uso, la cosa ha ido cambiando.
“Buscar sexo es algo que está negado culturalmente. Sin embargo, estas aplicaciones tienen cambios inspirados en las personas. Muchas tienen la posibilidad de poner qué se está buscando: un encuentro casual, solo amigos, o una relación a largo plazo”, asegura Riveros.
Por su parte, Danon asevera que “a la gente le da una especie de vergüenza porque hasta ahora se está acostumbrando a la idea de hablar con un extraño y expresar sus sentimientos luego de haber visto solo un par de fotos e intercambiar un par de mensajes por chat”.
Daniel Abril, actor y dramaturgo, comenzó a usar Grindr hace, aproximadamente, dos años y ha tenido toda clase de experiencias. Incluso, se ha hecho amigo de algunas personas con las que, aunque no ha habido ‘química’ para tener una relación sentimental, sí ha podido entablar una amistad. Y aunque cree que las personas ahora son más abiertas para decir lo que quieren sin rodeos y de forma más directa, piensa que estas aplicaciones han cambiado las dinámicas de las relaciones gais. Además, planea escribir un monólogo sobre el tema.
“Tengo la necesidad de comenzar a hablar de esto. Creo que las relaciones están mutando, y no se trata de algo negativo o positivo; se trata de hablar de temas como si vale o no la pena mantener el concepto de monogamia o exclusividad sexual, de preguntarse para qué sirve, cuál es su utilidad –comenta Abril–. La idea es no solo hablárselo a los gais sino a todo el mundo, pues la transformación que implican el uso de estas aplicaciones puede extrapolarse al mundo heterosexual”.
Aunque podría decirse que la experiencia de Daniel al usar estas aplicaciones ha sido positiva, en este tema hay opiniones de todas las clases y colores. A algunos les va bien y a otros no tanto. Sergio Samper, un arquitecto, dice que su experiencia ha sido “desastrosa”. Y es que, aunque al principio sintió curiosidad y hasta fue uno de los alicientes para comprar un iPhone, con el tiempo comenzó a sentirse ansioso, pues no lograba concretar ningún encuentro para tener sexo o tomarse un café con alguien.
“Probé varias, pero al final me di cuenta de que todas son la misma vaina: son atajos para iniciar conversaciones a través de este filtro perverso que son las fotos y los chats, con personas con las cuales uno tal vez nunca se encontrará en la vida. A mí, en vez de darme una solución, me generaban una nueva preocupación”.
Ricardo Aponte asegura que estas aplicaciones, como todo, pueden ser adictivas y las relaciona con el concepto de insaciabilidad. “Se pueden entender –asevera Aponte– como la búsqueda de lo que no ha llegado. Y si algo no se concreta, uno sigue la búsqueda, pero se vuelve algo insaciable. Esto perturba porque no da contexto, no hay un límite claro y me puedo llenar de ansiedad”.
Otro es el caso de la publicista Diana Aristizábal, para quien Tinder ha resultado una buena opción para encontrar amigos y, por qué no, un “novio Tinder”, como lo llama ella. “Mi grupo de amigos es cerrado, se me estaba dificultando conocer gente nueva, y con esta aplicación es muy fácil hacerlo. Tengo un gran amigo que conocí por allí, otro que era un loco intenso al que me tocó decirle que había vuelto con mi exnovio, y hace poco conocí a alguien que me encanta, y vamos a ver qué pasa”.
Diana, sin embargo, asegura que esta aplicación sí se presta para buscar sexo casual e inmediato. “Yo soy muy clara al decir que no busco sexo -reconoce-, pero pienso que Tinder puede ser el camino más fácil para convertirse en un tipo como Charlie Sheen, pues cualquier tipo medianamente guapo tiene un montón de mujeres a la carta, con las que se puede acostar y al otro día decirles adiós”.
A pesar de que cada vez son más las personas que recurren a ellas, aún hay cierta clase de culpa o vergüenza por usarlas. Seguramente esta situación irá cambiando con el tiempo. “Cuando una tecnología llega a la sociedad causa disrupciones y hay un tiempo de latencia. Hay personas que las adoptan más rápido y luego su uso se normaliza”, asegura Riveros.
“El ser humano –concluye Aponte– tiene temor de que los otros sepan que está solo y que está buscando. ‘Buscar’ es lo más desagradable en ese sentido social”.
El vació del sexo
Diana, sin embargo, asegura que esta aplicación sí se presta para buscar sexo casual e inmediato. “Yo soy muy clara al decir que no busco sexo -reconoce-, pero pienso que Tinder puede ser el camino más fácil para convertirse en un tipo como Charlie Sheen, pues cualquier tipo medianamente guapo tiene un montón de mujeres a la carta, con las que se puede acostar y al otro día decirles adiós”.
A pesar de que cada vez son más las personas que recurren a ellas, aún hay cierta clase de culpa o vergüenza por usarlas. Seguramente esta situación irá cambiando con el tiempo. “Cuando una tecnología llega a la sociedad causa disrupciones y hay un tiempo de latencia. Hay personas que las adoptan más rápido y luego su uso se normaliza”, asegura Riveros.
“El ser humano –concluye Aponte– tiene temor de que los otros sepan que está solo y que está buscando. ‘Buscar’ es lo más desagradable en ese sentido social”.
El vació del sexo
Es innegable que estas aplicaciones contribuyen a que los encuentros sexuales casuales sean más fáciles e inmediatos. “Al usar el GPS, crean en el usuario una especie de fantasía de que la persona que está al otro lado es parecida a ella y logra inferir más o menos cómo es”, explica el psiquiatra y psicoanalista Ricardo Aponte.
Sin embargo, algunos usuarios terminan por aceptar que después de un encuentro sexual casual hay una especie de vacío. Daniel Abril, por ejemplo, explica que “es una sensación de que el sexo casual, algunas veces, puede causar una pequeña depresión, que puede ser de horas o de días. En el fondo, creo que todos buscamos el amor”.
Aponte concluye que “entregar el cuerpo no es simplemente un juego. Cuando el sexo casual se vuelve un ejercicio constante, después de la excitación viene un vacío, porque hubo un cuerpo, pero nada más; y la verdad es que, en últimas, la persona, los valores y los sentimientos, importan”.
SERGIO CAMACHO IANNINI
Aponte concluye que “entregar el cuerpo no es simplemente un juego. Cuando el sexo casual se vuelve un ejercicio constante, después de la excitación viene un vacío, porque hubo un cuerpo, pero nada más; y la verdad es que, en últimas, la persona, los valores y los sentimientos, importan”.
SERGIO CAMACHO IANNINI
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